
Las revueltas estudiantiles de los años 60 y principios de los 70 supusieron un duro golpe para el establishment de las sociedades occidentales de esa época. En Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, las tres naciones más comprometidas en la lucha contra el «Telón de Acero», estaba ocurriendo algo que los líderes políticos no comprendían. Sus jóvenes más brillantes, los universitarios que dirigirían los destinos de sus respectivos países en la próxima década, se habían transformado en unos radicales antisistema. Revueltas callejeras, manifestaciones, creación de organizaciones pacifistas o de acción política, mítines y todo tipo de iniciativas tendentes a promover un cambio en la sociedad tuvieron lugar durante esos años. En los Estados Unidos esta situación se agravó todavía más con las protestas contra la guerra de Vietnam.
En los centros de poder del mundo occidental altos mandos de los servicios secretos, de los ejércitos y de los gobiernos se reunían para intercambiar informes e impresiones sobre lo que estaba sucediendo. La conclusión a la que llegaron las mentes pensantes de la CIA es que se estaba gestando un movimiento revolucionario en el mismo corazón del «mundo libre». Y lo que era todavía peor: intelectuales, filósofos, profesores y gentes de gran altura intelectual y un enorme peso en la opinión pública se estaban adhiriendo al nuevo movimiento. Para los analistas de la ClA y de los servicios secretos británicos la situación se tornaba de una gravedad extrema. Los más pesimistas proyectaban un futuro nada tranquilizador. Esos jóvenes revolucionarios filocomunistas ocuparían puestos importantes en la estructura social de sus países. Los servicios de inteligencia, los partidos políticos, el ejército, las universidades, todos los sectores de la sociedad estarían infiltrados» por izquierdistas radicales, todos ellos posibles agentes de la URSS. Es más, muchos políticos y militares vieron en este nuevo movimiento social de carácter antisistema la mano oculta de la temida KGB. ¿No es posible que estuvieran ante una operación de largo alcance de la KGB cuyo fin era penetrar todos los estamentos sociales de las más importantes naciones occidentales? Fuese positiva o negativa la respuesta, el nuevo movimiento amenazaba toda una serie de valores por los que habían muerto muchos hombres.
En los Estados Unidos y en Gran Bretaña sus líderes no iban a permitir que sus naciones cayeran en manos de los comunistas. Había que acabar con la revolución que se estaba generando en sus propias narices. Desde luego no se podía utilizar la violencia. Eso habría supuesto que el movimiento se radicalizara todavía más y no sería descartable que en ese caso tuviera lugar un claro apoyo de los líderes del movimiento a los países comunistas. Por otro lado, una fuerte represión provocaría que los valores democráticos en los que se asentaban los sistemas políticos del «mundo libre» se resquebrajaran peligrosamente. Y lo que menos les apetecía a los líderes de los Estados Unidos y Gran Bretaña era escuchar a sus homólogos soviéticos defendiendo en la ONU los derechos de los ciudadanos represaliados por el «imperialismo norteamericano».
Era necesario buscar otras fórmulas, y parece ser que las encontraron. La solución, según diversos autores, no consistió en acabar con el movimiento, sino en transformar el movimiento, despojándolo de todo activismo político. El plan consistió en «cambiar el punto de atención» de los nuevos revolucionarios. Sus esfuerzos debían dirigirse hacia otras cuestiones, no hacia la meta de promover un cambio político. De este modo, en pocos años, el activo movimiento, que nació con unas metas bastante claras, acabó desinflándose y cayendo en la más absoluta anarquía, hasta desaparecer. La finalidad de esta operación de largo alcance diseñada por la CIA y los servicios secretos británicos era introducir dentro del movimiento revolucionario juvenil tres nuevos elementos: las creencias esotéricas, mágicas y ocultistas; el consumo masivo de drogas y la aceptación del nuevo sonido del rock and rol. Con estos tres elementos los antropólogos y sociólogos de las inteligencias británica y norteamericana pensaron que lograrían que estos jóvenes idealistas y con las ideas bastante claras entrasen en un proceso de «separación y alejamiento del mundo real y, por consiguiente, la pérdida de sus metas políticas», según se puede leer en un informe de inteligencia que analiza los sucesos de los años 60 en los Estados Unidos. Y todo apunta que estos planes tuvieron éxito. La música rock se transformó en un fenómeno juvenil de masas, atrayendo la atención de millones de jóvenes; las drogas se convirtieron en algo habitual en los campus universitarios estadounidenses, provocando la destrucción de toda una generación, y las filosofías y sectas orientalistas llegaron a Occidente. Muchos de los líderes de las revueltas de los años 60 terminaron militando en sectas como los Hare Krishna, Meditación Trascendental y similares, y otros muchos fundaron o se convirtieron en militantes del movimiento del Potencial Humano, que se centraba en el estudio de la astrología, la sabiduría de Oriente, la hipnosis, las facultades paranormales del hombre, el yoga, la meditación o el desarrollo de la intuición entre otras cuestiones.
El Potencial Humano se transformaría más tarde en el ya masivo y popular movimiento de la Nueva Era. Pero ¿de dónde obtuvieron los antropólogos y sociólogos de la CIA y la inteligencia británica la idea de combinar música rock, drogas y creencias mágicas? Según informaciones provenientes de Prioridad Internacional, una prestigiosa revista de circulación restringida especializada en cuestiones de inteligencia, nada más y nada menos que de los rituales de iniciación de diferentes pueblos indígenas y de varias ceremonias de los adoradores de la diosa Isis en los Imperios egipcio y romano. En estos rituales se unían las creencias mágicas (los dioses o los Espíritus hacían acto de presencia en la ceremonia): el consumo de sustancias alucinógenas como el peyote, el mezcal, etc.. para comunicarse con los espíritus y lograr el trance: y una música de tambores repetitiva y rítmica con la finalidad de provocar un estado alterado de conciencia.

En su sentido primigenio, se refiere al alimento obtenido de la cocción del tallo y de la base de las hojas de esta planta.
Es el nombre común de algunas especies de maguey o agave, en México.
Es el nombre de una bebida alcohólica tradicional mexicana, que puede producirse en nueve diferentes estados del país, elaborada a partir de la destilación del corazón del maguey.
Para Prioridad Internacional uno de los principales agentes de esta operación fue el famoso escritor Aldous Huxley. El autor de Un mundo Feliz, La máquina del tiempo o La isla del doctor Moreau colaboró ya desde su juventud con la inteligencia británica y fue miembro fundador de la Mesa Redonda de Rhodes, una organización entonces comandada por Armold Toynbee a la que pertenecían los miembros más importantes de la oligarquía británica. Toynbee perteneció durante casi cincuenta años al consejo del Real Instituto de Asuntos Internacionales (RIIA) y dirigió la División de Investigaciones de la inteligencia británica en la lI Guerra Mundial, a la vez que hacía de oficial de información del primer ministro Winston Churchill. La función de los miembros de la Mesa Redonda era la defensa de los intereses del Imperio y evitar a toda costa su decadencia y pérdida de poder en el ajedrez mundial. Los hijos de la élite de la Mesa Redonda entraban a formar parte de otra organización conocida con el pomposo nombre de los Hijos del Sol, que vendría a ser algo así como un escalón anterior obligatorio antes del acceso a la Mesa Redonda.

En la Universidad de Oxford, Huxley y su hermano Julián tuvieron como tutor y «maestro» a H. G. Wells, el conocido autor de La guerra de los mundos. Wells, también agente de los servicios secretos, ocupó el cargo de jefe de la inteligencia británica en el extranjero durante la I Guerra Mundial. Sorprendentemente, en algunos de sus escritos políticos, Wells parece anticipar el movimiento revolucionario que aparecerá años más tarde en el interior de las potencias occidentales: «La conspiración abierta aparecerá primero, creo yo, como una organización consciente de gente inteligente y muy probablemente, en algunos casos, adinerada. Como un movimiento con claros fines sociales y políticos, que despreciará abiertamente la mayor parte del aparato de control político existente, o se valdrá de él tan solo como elemento incidental en ciertas etapas: un simple movimiento en una cierta dirección de un cierto número de personas, quienes luego descubrirán con cierta sorpresa el objetivo común hacia el que se dirigen… De los modos más diversos influirán y orientarán el aparato del gobierno visible».

Sin embargo, durante su vida fue reconocido como un crítico social con visión de futuro, incluso profético, que dedicó sus talentos literarios al desarrollo de una visión progresista a escala global. En su faceta de futurista, escribió diversas obras utópicas y previó el advenimiento de aviones, tanques, viajes espaciales, armas nucleares, televisión por satélite y algo parecido a internet. En la ciencia ficción imaginó viajes en el tiempo, invasiones alienígenas, invisibilidad e ingeniería biológica. Entre sus obras más destacadas están La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897), La guerra de los mundos (1898) y La guerra en el aire (1907).
Aldous Huxley conoció en su etapa de estudiante, a través de Wells, a Aleister Crowley, uno de los líderes mundiales del movimiento ocultista y pagano, también antiguo colaborador de la inteligencia británica. Durante la Guerra Mundial, Crowley llevó a cabo diferentes campañas de desinformación dirigidas hacia el bando alemán. Merced a sus buenos contactos con un grupo de ocultistas que aconsejaban a Hitler , el mago negro británico se dedicó a enviar a los esoteristas alemanes informaciones dictadas por los agentes de Su Majestad. El interés de Huxley por el «saber hermético» aumentó todavía más tras conocer a Crowley, y, poco tiempo después, decidió emigrar a los Estados Unidos. Allí se relacionó con Christopher Isherwood, también un apasionado por el ocultismo e introductor del budismo zen en Occidente. Ambos, Huxley e Isherwood, obtuvieron empleo como guionistas de Hollywood, a la vez que creaban por la zona sur de California toda una serie de grupos de interesados por el paganismo y el esoterismo que anteriormente habían sido seguidores de Crowley.
Años más tarde, Huxley regresa a Gran Bretaña, donde permanece durante algún tiempo, hasta que a principios de 1952 vuelve a asentarse en los Estados Unidos, esta vez acompañado por su médico personal y fiel amigo, Humphrey Osmond. En ese mismo año la CIA pone en marcha el programa de control mental Mk-Ultra bajo la dirección personal del director de la agencia secreta norteamericana, Allen Dulles. El director de la CIA, curiosamente, pone en un lugar destacado del proyecto a Osmond, quien de este modo comienza a trabajar para el servicio secreto de los Estados Unidos. Pocos meses después, Osmond y su amigo Aldous Huxley celebraron una serie de reuniones en la Universidad de Chicago para poner en marcha un plan de experimentación con mescalina y LSD. En esta época Huxley comenzó a consumir mescalina y fruto de ello fue uno de sus libros más importantes: Las puertas de la percepción, obra que puso de moda la idea entre la juventud norteamericana que los alucinógenos tenían la capacidad de expandir la conciencia» hacia otras realidades desconocidas. Huxley estaba convencido de que la renovación religiosa de los Estados Unidos vendría de las drogas y no de los predicadores: «Aunque las nuevas formas de alterar la mente pueden causar al principio cierta perplejidad, a la larga tenderán a profundizar en la vida espiritual de las comunidades… La religión, de ser una actividad preocupada ante todo por los símbolos, pasará a interesarse principalmente por la experiencia y la intuición, se convertirá en un misticismo cotidiano».

Huxley y el ya convertido en científico de la CIA Humphrey Osmond siguieron ampliando sus trabajos sobre los efectos de los alucinógenos con algunos individuos pertenecientes a los grupos ocultistas que Huxley había fundado en su primer viaje a los Estados Unidos. Recordemos que la base del proyecto Mk-Ultra de la CIA era también estudiar los efectos de las drogas en el ser humano. Entre los voluntarios «conejillos de Indias» de Osmond y Huxley se encontraban algunos de los que años más tarde se convertirían en líderes de la contracultura estadounidense como Alan Watts o Gregory Bateson. Watts era un experto en religiones orientales y un defensor del uso místico del LSD con la finalidad de descubrir «nuestro yo interno », En su obra Nueve meditaciones escribió: «Despertad y descubrid, finalmente, quiénes sois en realidad. En nuestra cultura, naturalmente, os dirán que estáis locos y que sois blasfemos, y os meterán en la cárcel o en el manicomio (que son la misma cosa). Pero si os despertáis en la India y dijerais a vuestros amigos y familiares: Qué cosa, acabo de descubrir que soy Dios!, os responderán riendo: Oh, felicidades. ¡Por fin lo descubriste!». Alan Watts también fue uno de los fundadores de la Pacific Foundation, la cual patrocinó a la WKBW en San Francisco y la WBAI-FM en Nueva York, las dos primeras emisoras de radio en promover el sonido Rock and roll de los Rolling Stones, los Beatles y los Animals. Las mismas emisoras popularizarían luego el rock ácido y el punk rock.
Escribió más de veinticinco libros y numerosos artículos sobre temas como la identidad personal, la verdadera naturaleza de la realidad, la elevación de la conciencia y la búsqueda de la felicidad, relacionando su experiencia con el conocimiento científico y con la enseñanza de las religiones y filosofías orientales y occidentales (budismo Zen, taoísmo, cristianismo, hinduismo, etc.)
En cuanto a Gregory Bateson, trabajó como antropólogo para la OSS, la agencia de inteligencia estadounidense anterior a la creación de la CIA. Más tarde se haría cargo de la dirección de la clínica experimental de drogas alucinógenas del hospital de veteranos de guerra de Palo Alto, de donde saldrían los primeros ideólogos del «hippismo». A finales de los años 60 Bateson fundó la Clínica Libre en la que siguió experimentando con drogas. Al personal de la clínica de Bateson pertenecía, por ejemplo, el doctor Emest Dermberg, oficial de la inteligencia militar posiblemente asignado al proyecto Mk-Ultra.
El programa se inició en la década de 1950, oficialmente sancionado en 1953, y no fue hasta 1964 cuando empezó a reducir paulatinamente sus actividades, reduciéndolas aún más en 1967 y descontinuado oficialmente en 1973.2 El programa estuvo dedicado a muchas actividades ilegales, en particular al uso de ciudadanos estadounidenses y canadienses como sujetos de prueba en contra de su voluntad, lo que llevó a cuestionar su legitimidad. MK Ultra utilizó diversas metodologías para manipular el estado mental de los sujetos de prueba, como la alteración de sus funciones cerebrales con la administración de drogas como LSD y otros productos químicos, la hipnosis, la privación sensorial, el aislamiento, diversas formas de tortura, y abusos verbales y sexuales.
A mediados de los 60, la CIA y la inteligencia británica decidieron poner en marcha sus planes para acabar con la revolución juvenil. Se promocionó desde medios afines la música rock; se aprovechó la «infraestructura ocultista » creada por Aldous Huxley en Califormia, al mismo tiempo que se publicitaba a todo tipo de sectas como los Hare Krishna o el Templo del Pueblo; y, lo que es mas terrible, se inundó las calles y los campus universitarios de drogas mientras se daba cobertura a la «cultura de los alucinógenos», promoviendo a gentes como Watts, Bateson, Isherwood, Timothy Leary (uno de los líderes de la contracultura acusado en múltiples ocasiones de trabajar en el proyecto Mk-Ultra) o Stanislav Grof, el mayor difusor del uso del LSD como «expandidor de la conciencia».

Se utiliza principalmente como una sustancia recreativa ilegal, como enteógeno y en algunos países como droga legal bajo prescripción médica en psicoterapia. Por lo general el LSD se ingiere tragándolo o poniéndolo debajo de la lengua. A menudo se puede conseguir en el mercado negro en papel secante o en gelatina o terrones de azúcar, aunque también se puede inyectar.
Aunque los ensayos científicos realizados hasta el momento muestran que el LSD no causa adicción, su consumo puede provocar reacciones psiquiátricas adversas, algunas potencialmente graves, como ansiedad, paranoia y delirios. No se conoce con precisión la toxicidad aguda en el ser humano, pero la dosis letal mediana en las especies para las que se conoce es baja: ratones, 50–60 mg/kg i.v., ratas, 16,5 mg/kg y conejos 0,3 mg/kg. La causa de la muerte es la parálisis respiratoria. De todas formas, es muy difícil que se produzca el envenenamiento por LSD, porque la dosis necesaria para producir sus efectos psicodélicos está muy por debajo de las dosis tóxicas o letales, pues es suficiente con 20 a 30 microgramos para experimentarlos levemente.
Grof comenzó a trabajar sobre los efectos del LSD ya en 1956 en el Instituto Psiquiátrico de Praga. Años después se trasladaría a los Estados Unidos, continuando allí sus experimentos en el Centro de Investigación Psiquiátrica de Maryland. Grof, tras haber guiado personalmente más de 4.000 sesiones con LSD, llegó a la conclusión de que esta droga puede actuar como un catalizador de la conciencia: «No he encontrado un solo síntoma que sea obligatorio e invariable de las experiencias con LSD. La ausencia de cualquier efecto farmacológico específico y la enorme variedad de fenómenos que ocurren durante las sesiones me han convencido de que el LSD se puede comprender mejor como un poderoso amplificador no-específico, o catalizador de los procesos mentales, que facilita la emergencia de material inconsciente desde diversos niveles de la psique humana. La riqueza y enorme variabilidad de las experiencias con LSD se puede explicar así por el hecho de que la personalidad global del sujeto y la estructura de su inconsciente tienen un papel decisivo… Comprendí con entusiasmo que, en vez de estudiar los efectos específicos de una sustancia psicoactiva en el cerebro. podría emplear LSD como una poderosa herramienta para la exploración de la mente humana. La capacidad del LSD y otros psicodélicos para exponer a la investigación científica fenómenos y procesos de otro modo invisibles, da a estas sustancias un potencial único. No me parece exagerado comparar su importancia para la psiquiatría y la psicología a la del microscopio para la medicina o del telescopio para la astronomía».
En un amplio informe elaborado por la revista de inteligencia Prioridad Internacional sobre los verdaderos intereses tras la revolución juvenil, leemos: «A finales de los 60, Huxley fue nombrado profesor conferencista del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Boston. Estando en esa ciudad, Huxley organizó en Harvard un círculo paralelo a su equipo en la costa oeste. En el grupo de Harvard estaban Huxley. Osmond y Watts (venidos de California), más Timothy Leary y Richard Alpert. El tema aparente del seminario de Harvard era La religión y su significado en la Edad Moderna. Se trataba en realidad de planear la contracultura del rock ácido. En la época de Harvard. Huxley estableció contacto con el presidente de la Sandoz (una empresa farmacéutica. Nota de los autores), que por esa época trabajaba en un contrato con la ClA para producir grandes cantidades de LSD y psilocibina (otro alucinógeno sintético) para la operación Mk-Ultra, el experimento oficial de guerra química de la CIA. Según documentos que la CIA ha hecho públicos recientemente, Allen Dulles, el director de la agencia de inteligencia., compró más de 100 millones de dosis de LSD, casi todo el cual fue a inundar las calles de los Estados Unidos a finales de los sesenta. En esa misma época, también Leary comenzó a comprar por su cuenta grandes cantidades de LSD de la Sandoz. De las discusiones del seminario de Harvard. Leary pergeñó el libro La experiencia psicodélica, basado en el antiguo Libro tibetano de los muertos. Con este libro se popularizó el término que había acuñado Osmond: expansión psicodélica de la muerte». En este mismo informe se dice que el principal «conejillo de Indias» de Bateson en Palo Alto fue Ken Kesey: «Bateson le administró la primera dosis de LSD a Kesey en 1959. Para 1962. Kesey había terminado su famosa novela Alguien voló sobre el nido del cuco, la cual popularizó la noción de que la sociedad es una prisión y que los únicos realmente libres son los locos. Posteriormente, Kesey organizó un círculo de iniciados en el LSD denominada los Alegres Truhanes, que recorrían el país repartiendo LSD (muchas veces sin advertírselo a los receptores), montando redes de distribución local y sentando las bases de una gran campaña de propaganda de la contra cultura, aún un movimiento minúsculo».

Claves Ocultas del Poder Mundial – José Lesta y Miguel Pedrero – Editorial EDAF – Buenos Aires – 2006