Una historia de Amor y Venganza ?

Rosa Margarita Rossi Hoffmann (Berna, Suiza, 1905-Marayes, San Juan, 26 de agosto de 1931) fue una actriz suiza nacionalizada argentina. Utilizó el seudónimo Myriam Stefford.

Era hija de un helveto-italiano y una helveto-alemana, y había nacido en Berna. Su padre trabajaba en una fábrica de chocolates y su madre era ama de casa. A sus quince años de edad se había escapado a Viena y Budapest, y a principios de los años veinte empezó su carrera de actriz.

Se dedicaba a la actuación en el teatro en Viena (Austria), siendo además actriz en varias películas para el cine alemán bajo el sello de UFA, utilizando el seudónimo Myriam Stefford.

En 1928, a los 23 años conoció en Venecia al escritor y millonario argentino Raúl Barón Biza con quien se casó en la basílica de San Marcos, el 28 de agosto de 1930. Así ella abandonó su carrera de actriz para radicarse en Argentina. En su currículum había sólo tres películas que la contaban en el reparto: La duquesa de ChicagoPóker de Ases y una primera versión de Moulin Rouge.

Después de vivir algún tiempo en Europa, la pareja se afincó en Argentina, alternando la residencia porteña con la estancia familiar de los Barón Biza, «Los Cerrillos» (rebautizada “Myriam Stefford”), situada en Alta Gracia. La joven dejó la actuación a pedido de su esposo, pero comenzó a cultivar otra pasión: la aviación.

Con la ayuda de su instructor de vuelo, Ludwig Wilhelm Fuchs, ingeniero aeronáutico y piloto alemán destacado de la Primera Guerra Mundial, Myriam Stefford consiguió su brevet de piloto en tiempo récord y decidió lanzarse a recorrer las 14 capitales provinciales de aquel entonces en lo que se denominó «El raid de las 14 provincias». Iba a ser la primera mujer en Sudamérica en completar tal proeza.

El avión era un pequeño monoplano biplaza alemán modelo BFW M-23b con motor de 80 caballos de fuerza construido con madera de pino al que Myriam había bautizado «Chingolo». «Yo confío en mi Chingolo, que sabrá comportarse como un águila, a pesar de sus pequeñas proporciones», había declarado al diario La Razón el día antes de partir.

El 18 de agosto de 1931, Stefford y Fuchs despegaron del autódromo de Morón. Querían completar el raid de 4100 kilómetros en cuatro días. La primera etapa concluyó esa misma tarde cuando llegaron a Corrientes. Al día siguiente, viajaron a Santiago del Estero y, en la tercera etapa, a Jujuy. Sin embargo, al aterrizar chocaron contra un alambrado que destruyó parcialmente el avión. En su determinación, Myriam aceptó una aeronave similar que otro piloto les ofreció para continuar y desde allí volaron a Salta, Tucumán y La Rioja.

El Chingolo I sufre un siniestro en Salta, lo cual obliga a Stefford a seguir con otra aeronave

El 26 de agosto de 1931 partieron hacia San Juan, pero mientras sobrevolaban el paraje semidesértico de Marayes en el rebautizado Chingolo II, lo que hasta ahora siempre se consideró un accidente aéreo, terminó con la vida de ambos. Myriam no llegó a cumplir los 26. Se escucharon rumores de sabotaje, pero las pesquisas no avanzaron y el caso murió ahí.

En el lugar, un monolito instalado por Barón Biza reza: «Un buen morir honra toda una vida». El viudo no se conformaría con este pequeño gesto y, en 1935, mandó a construir el inmenso mausoleo que se levanta como una flecha gris sobre la ruta que une Córdoba con Alta Gracia y que es popularmente conocido como «El Ala».

Monolito en honor a Myriam Stefford en el sitio de Marayes donde murió.

Durante mucho tiempo, la idea de que Myriam Stefford había muerto en un accidente de aeronave fue algo que nadie cuestionó, y aunque en su momento algunas personas dudaron, nunca se probó nada. Sin embargo, una investigación reciente expone una serie de elementos sospechosos en torno al fallecimiento de la aviadora suizo-argentina.

Se trata del trabajo llevado a cabo por Carina Villafañe junto al Suboficial Mayor Luis Eduardo Médici, gran pionero, instructor y piloto de la Fuerza Aérea Argentina, miembro de la Junta de Investigación de Aviación Civil y fundador de la Junta de Accidentes, en torno a cuya figura se centra el documental «El precio de la lealtad» (también dirigido por Eduardo L. Sánchez).

Las fotos de la tragedia fueron publicadas el 31 de agosto de 1931 en La Voz del Interior.


Que parezca un accidente

A medida que Villafañe y Médici avanzaban en su indagación sobre las circunstancias que rodeaban la muerte de Myriam Stefford, más elementos los hacían sospechar que no se había tratado de un accidente.

El Suboficial Médici inicia la investigación y empezamos a viajar a Marayes, una localidad en medio del desierto sanjuanino a tres kilómetros de donde murieron Myriam Stefford y Ludwig Fuchs. Marayes es un lugar bastante desolado e inaccesible, por suerte tuvimos un gran apoyo de los pobladores de la zona, si no, hubiera sido imposible.

Comparando las fotos y el lugar nos damos cuenta de varias cosas. Primero, el accidente ocurre cerca de las 9:00 y, por la sombra del fotógrafo que se observa en una de las imágenes, las fotografías fueron tomadas a las 10:30, aunque la policía recién arribó al lugar cerca de las 14:00. Es un sitio remoto, ningún poblador de Marayes podría haber llegado en tan poco tiempo. Aparte la primera cámara de la que se tiene conocimiento en la localidad apareció recién un año más tarde y en la sombra que aparece en la foto se ve una persona de saco y sombrero, que no es una indumentaria propia del lugar.

Entonces la pregunta es: ¿quién sacó las fotos? Sólo pudo hacerlo alguien que estaba allí con anterioridad, que sabía lo que iba a suceder. Las imágenes se publican en el diario La Voz del Interior el 31 de agosto de 1931 y en el artículo aclara que no son fotos propias y no hay ninguna precisión sobre la fuente.

En segundo lugar, el avión era de madera y tela, como todos los de esa época, por lo cual si se hubiese estrellado y prendido fuego, como se dijo, no debería verse la cola y otras partes íntegras, como aparecen en las fotografías, ya que se hubieran consumido; al igual que el pelo de ambos, que no obstante se aprecia en la imagen. Además, otro detalle llamativo es que Myriam y Fuchs están vestidos de civil y no con el traje específico para volar.

En el 2001, la policía peritó estas fotos y un oficial me aconsejó que hiciera la denuncia en la fiscalía porque él veía impactos de bala en el rostro de ambos. Los cuerpos estaban destrozados y repartidos por el sitio, según nos contó un testigo presencial del hecho hace veinte años. Hay más explicaciones técnicas, pero no se puede revelar mucho por el secreto de sumario. Hoy en día hay una investigación en la fiscalía con fecha de entrada el 7 de marzo del 2015 donde los peritos están trabajando para saber qué pasó realmente.

Para Médici, la destrucción se produjo de forma manual, fue un accidente aéreo simulado. Ellos tenían previsto parar en Marayes, entonces la teoría es que aterrizan y luego alguien termina con sus vidas. Nadie sabe cómo llegan a ese estado, hay algo muy macabro en todo esto. Yo estoy convencida que Myriam Stefford y Ludwig Fuchs fueron brutalmente asesinados. Sobre el cómo hay varias suposiciones que se confirmarán o no con la pericia judicial.

Primero, que hubo un gran silencio. Todos los medios del momento dijeron al mundo que había sido un accidente y eso nunca se cuestionó realmente, nunca se investigó. ¿El error cuál fue? Publicar las fotos, porque sobre esas pruebas trabaja el fiscal actualmente.

Segundo, que ella fue una gran aviadora. Es muy difícil volar, más en esa época, con esos aviones, y se necesita gran valor para hacerlo. En el imaginario popular se instaló que ella no era buen piloto y por eso se accidentó, cuando en realidad la aeronave era de doble comando, o sea que manejaba Fuchs también, un piloto de primera clase que es quien tenía el salvoconducto (permiso legal) para realizar el raid.


Amores que Matan

Aunque nunca se probó nada, desde el momento de la tragedia de Myriam Stefford, las miradas apuntaron a su controvertido y poderoso marido. «Lo que se dice es que ella y Fuchs tuvieron una relación sentimental y Barón Biza montó en cólera. Y su cólera era muy peligrosa, como demostraron los hechos posteriores», señaló Villafañe, refiriéndose a los sucesos que marcaron la historia del hombre después de la muerte de su esposa.

Myriam Stefford y Raúl Barón Biza.

Su vida siguió entre la agitación política y literaria y, en 1935, se casó con Rosa Clotilde Sabattini, la hija del ex gobernador provincial Amadeo Sabattini, quien sólo tenía 17 años. En 1963 se separaron. Mientras firmaban los papeles, en presencia de los abogados, Barón Biza arrojó ácido sulfúrico al rostro de su segunda esposa, produciéndole gravísimas quemaduras y dando pie a uno de los escándalos más memorables de la historia cordobesa y argentina. «Eso te da una idea de hasta dónde él era capaz de llegar. Con su poder y dinero, no tenía límites», dijo la historiadora aeronáutica.

Al poco tiempo, el 17 de agosto de 1964, Raúl Barón Biza se suicidó. Años después, su ex esposa y dos de sus hijos sufrirían el mismo destino (uno de ellos, Jorge, lo hizo saltando desde el piso 12 de un edificio de Nueva Córdoba, tras dedicar su vida a la literatura y al periodismo). Hoy, los restos del controvertido millonario descansan bajo un olivo sin lápida o identificación alguna, a pocos metros del lugar donde yace Myriam Stefford y su monumental ala.


El Diamante Maldito

Raúl Barón Biza era una persona que no escatimaba en lujos y excentricidades. Para celebrar su compromiso, le regaló a su esposa el anillo Cruz del Sur, que llevaba engarzado un diamante de 45 quilates. Pero se dice que la piedra preciosa estaba maldita y cargaba con una larga y fatal historia que el escritor y amigo de Barón Biza, Segundo Gauna, publicó en la revista Caras y Caretas en 1932.

Según cuenta, su primer dueño fue un esclavo que, al encontrarlo dentro de una mina en África, se abrió el vientre para esconderlo y poder comprar su boleto a la libertad. Sin embargo, acabó con una infección que lo llevó a la muerte. Cuando examinaron el cuerpo, oh sorpresa, encontraron la gema. Terminó con un joyero apellidado Brown, que fue asaltado en su negocio y murió asesinado.

De allí pasó a manos de Zulma, una de las mujeres del harén del Rey de Indore (India), que apareció ahogada en uno de los estanques del palacio. La nueva propietaria fue una bailarina estadounidense apodada Miss Ketty, quien apenas regresó a Nueva York, fue asesinada por su esposo.

La siguiente fue una condesa europea quien, arruinada en la mesa de juego, se suicidó en un casino de Montecarlo.

La última en usar el anillo del diamante maldito fue Myriam Stefford y la leyenda popular dice que hoy se esconde junto al resto de sus joyas bajo su sepulcro en Alta Gracia, custodiado por explosivos y seis metros de hormigón.

Myriam Stefford luce su diamante de 45 quilates “Cruz del Sur”.

Una tumba faraónica.

La llamada «Ala» de Alta Gracia es uno de los íconos más populares del paisaje cordobés. Se encuentra dentro de los antiguos terrenos de la estancia de Raúl Barón Biza, por donde hoy pasa la ruta provincial N° 5. La construcción del gigantesco mausoleo de hormigón estuvo a cargo del ingeniero Fausto Newton y cien obreros polacos. Fue inaugurado el 30 de agosto de 1936 con una gran fiesta.

Se trata de una tumba faraónica: tiene 82 metros de altura (14 más que el Obelisco) y 15 metros de cimentación. En su cripta, tras 402 escalones, se encuentran los restos de Myriam Stefford. Hasta hace un tiempo, el casco de la aviadora, el timón de la nave y su reloj de vuelo descansaban en una pequeña vitrina, junto a fotos de la joven.

En el sepulcro, una placa reza: “Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que, en su audacia, quiso llegar hasta las águilas” y otra, menos amable, dice: “Maldito sea el que profane esta tumba”. Curiosamente, se comenta que en realidad la forma del monolito no pretende ser un ala, sino que remite a un jeroglífico egipcio que simboliza la eternidad.

Durante muchos años, el mausoleo estuvo abierto al público (muchos recordarán la tortuosa escalera que llevaba hasta la cima), pero al fallecer su cuidador, el vandalismo de la gente y un suicidio obligaron a cerrarlo definitivamente. Hoy el sitio es objeto de debates judiciales e intentos de expropiación, mientras languidece en manos del abandono, la tumba de un misterio sin develar.

En 1946, Raúl Barón Biza vendió su estancia de Alta Gracia a Otto Bemberg, pero se quedó con el predio donde se levantaba el monumento funerario, al que mandaría a sellar con dos chapas de grueso acero naval sacadas del acorazado alemán Graf Spee, hundido en el Río de la Plata a fines de 1939
en la tapa de mármol negro que cubre la boca de la cámara mortuoria se puede leer » maldito aquel que profane esta tumba»



https://es.wikipedia.org/wiki/Myriam_Stefford/



https://elmilenio.info/2017/07/21/myriam-stefford-ochenta-anos-de-misterio/



http://tiemporegional.com.ar/el-monumento-a-myriam-stefford-tumba-tesoro-y-misterio-en-el-camino-a-alta-gracia/


https://www.lavoz.com.ar/numero-cero/historia-de-amor-de-locura-y-de-muerte-el-monumento-cumple-80-anos

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