En rarisimas ocasiones habla Bush de su época de bebedor, y casi nunca ha admitido que estuvo a punto de arruinar su vida.
Su biografía hasta los 40 años parece un retrato del perfecto fracasado.
Le pusieron el nombre de su padre, pero a diferencia de su mentor nunca fue capitán del equipo de beisbol de Yale, tampoco obtuvo condecoraciones de guerra, de hecho se libró por los pelos de servir en Vietnam, y en su primer intento de entrar en política sufrió un sonoro fracaso.

Más tarde perdió millones en el negocio del petróleo, y finalmente, tras una larga serie de humillaciones personales y familiares, toca fondo comenzando a beber en serio.
Le sirve todo: cerveza, bourbon, whisky… vino del peor.
Así continuó hasta su 40 cumpleaños, cuando tras una borrachera que duró semanas, se encontró tan mal que cayó de rodillas y pidió ayuda a Dios.
Parece ser que el Altísimo le respondió, y que en esta cura espiritual tuvo mucho que ver también el pastor protestante Billy Graham.
Este personaje es una conocida estrella del firmamento televisivo norteamericano en lo que se refiere a cuestiones religiosas.
Pero Graham no es un telepredicador cualquiera.
Su larga trayectoria como «asesor religioso» de casi todos los presidentes norteamericanos desde Richard Nixon, lo avalan como uno de los más influyentes mentores secretos de George Bush.
Por lo visto, el carismático predicador acudía a menudo a rezar con la familia Bush.
Al principio, Bush junior participaba con desgana en todas estas parafemalias, pero su interés fue creciendo paulatinamente hasta que acabó convertido en uno más de los 60 millones de norteamericanos que se consideran «cristianos renacidos » 0 «resucitados».
Esta tendencia religiosa en Estados Unidos nace a causa de la acción combinada de los telepredicadores más famosos del firmamento televisivo, encabezados por Jerry Falwell, líder de la «mayoría moral», Pat Robertson y el mencionado Bill Graham.
Desde los años sesenta se viene reavivando esta especie de nuevo cristianismo.
La crisis de la cultura estadounidense que tuvo su comienzo con el impacto de Vietnam, la reacción contracultural y la decadencia generalizada, crearon las condiciones necesarias para la aparición del movimiento de los «cristianos renacidos».
En la actualidad el 87 % de los norteamericanos se consideran cristianos, y de estos, tres de cada cuatro son «cristianos renacidos» pertenecientes a distintas Iglesias cuyo común denominador es la creencia de que Dios ha influido decisivamente en algún momento de sus vidas.
El propio Bush, cocainómano y alcohólico, fue llevado por el «buen camino» gracias a una revelación de Jesús.
Y dado que todos esos nuevos cristianos adoptan una nueva vida, asumen el nombre de «renacidos».
Para que nos hagamos una idea del poder que han acaparado estos nuevos «popes» del estamento religioso pongamos un ejemplo: Franklin Graham, de 50 años, hijo del predicador que logró hacer volver por el sendero de la virtud a la oveja descarriada de George W. Bush y heredero del negocio religioso de su padre, consiguió en el año 2000 unos ingresos netos de 126 millones de dolares.
Además, Franklin fue el encargado de pronunciar la oración de apertura en la ceremonia de investidura del actual presidente.
Para todos estos grupos, la Biblia es el único libro que debe tenerse en cuenta: Todo está en la Biblia, cualquier respuesta, cualquier duda, cualquier hecho futuro, y la Biblia debe ser seguida al pie de la letra…
Algo inquietante si el que asume esas creencias es un presidente de los Estados Unidos.
Sin embargo, esta tendencia no es nueva.
Los EE. UU. fueron fundados entes religiosos y puritanos ingleses.
Sin ir más lejos, los fundadores del Estado de Maryland estaban convencidos de que aquel lugar era el Paraiso descrito por el Génesis.
George Washington expresó una idea parecida: «Los EE. UU. son una Nueva Jerusalén destinados por la Providencia a ser un territorio en el que el hombre debe alcanzar su pleno desarrollo».
Otros, aprovechando el hecho de que Georgia se encontraba en el mismo paralelo que Palestina, vieron allí el lugar elegido.
Y como no podía ser de otra forma, los actuales «cistianos renacidos» norteamericanos circulan por los mismos senderos.
Sin ir más lejos, Ronald Reagan y su secretario de Estado, Kaspar Weinberger, estaban convencidos de que la batalla de Armagedón (el Juicio Final descrito en el Apocalipsis) tendría lugar durante su mandato.
Para ellos, programas ecológicos o sociales que debían desarrollarse en los diez años siguientes carecían de sentido porque por entonces ya se habría producido la «segunda venida de Cristo»…
En 1984 Ronald Reagan dijo textualmente: «No creo que el Señor que bendijo este país, como no lo ha hecho ningún otro, quiera que tengamos que negociar algún día porque seamos débiles».
Fenómenos sociales de masas como el telepredicador Jerry Falwell tenían éxito porque arraigaban sus convicciones en esta misma mentalidad: «Los EE. UU. de América, nación bendecida por la omnipotencia de Dios como ninguna otra nación de la Tiera, están en la actualidad atacados interna y externamente, siguiendo un plan diabólico que puede conducir a la aniquilación de la nación norteamericana. El Diablo entabla de ese modo una cruenta batalla contra la voluntad de Dios, que ha elevado a los EE. UU, por encima del resto de las naciones, como a la antigua Israel»
Según el experto en política internacional Ernesto Mila: «Su razonamiento (el de la Administración Bush) es que los EE. UU. tienen un destino manifiesto trazado por Dios y su misión histórica es realizarlo.
Así se cumple el Nuevo Orden de los Siglos, inscripción que figura en los billetes de dolar.
Creen que el pueblo elegido en la actualidad son los EE. UU…
Por ello no es raro que la derecha fundamentalista norteamericana y el partido de extrema derecha en Israel, el Likud, trabajen juntos.
Se unirían así simbólicamente el pueblo elegido del Antiguo Testamento y el pueblo elegido del Nuevo Testamento».
Lo cierto es que los fundamentalistas norteamericanos creen que El Apocalipsis de San Juan es un libro de texto que hay que tomar al pie de la letra.
Para ellos es una descripción de lo que sucederá en el futuro inmediato.
De hecho, cualquier convulsión mundial es interpretada en clave apocalíptica:
El sida, el «eje del mal», la tormenta de arena que enrojeció el Cielo durante los primeros días de la campaña de Iraq, la epidemia de neumonía asiática, etc.
Y realmente a Bush le va muy bien con esa filosofía de vida.
Desde que se reconvirtió al cristianismo, cambió radicalmente su estrella.
Primero los texanos lo eligieron gobenador dos veces consecutivas, después ganó las elecciones presidenciales in extremis en Florida, en una de las candidaturas mas disputadas y criticadas de la historia estadounidense.
Otro de sus mentores espirituales, el predicador de Texas Tony Evans, recuerda que «las enseñanzas de la Biblia fueron un motivo para su decisión de presentarse a las clecciones.
El siente que «Dios le habla».
A partir de su llegada al Despacho Oval, Bush comenzó a catalogar sus tareas como si de auténticas misiones espirituales se tratase: «Estoy convencido de que tenemos que transfomar nuestra cultura a fondo y para siempre. Necesitamos una renovación espiritual en América».
El bebedor compulsivo que no solía acudir a la iglesia, se convirtió en un devoto que cada día lee un pasaje bíblico: «Yo rezo, pidiendo fuerza, pidiendo orientación, pidiendo perdón. Y ruego al Señor misericordioso que acepte mi agradecimiento».
Cuanto más se acercaba la guerra contra Iraq, con más frecuencia hablaba Bush de su fe.
Su convencimiento de que Dios ha dispuesto que él ocupe el cargo presidencial en este momento histórico es absoluto. «Dios nos ha llamado para defender nuestro país y conducir al mundo a la paz», diría el presidente estadounidense en uno de sus discursos.
Mientras tanto, los más férreos protestantes conservadores hablaban de la guerra de Iraq como de una «guerra justa» y un «triunfo sobre el mab>».
Quizá Richard Land, un conocido líder protestante baptista, fue demasiado lejos cuando aseguró ante las cámaras que «hacer una guera justa es un acto de amor eristiano al prójimo. Hay que castigar el mal y premiar el bien. Ha llegado la hora de la violencia». Ahí es nada.
Curiosamente, para (que el plan descrito en el Apocalipsis biblico se cumpla es preciso que el «pueblo elegido» (los EE. UU.) reconquiste el «paraíso» (la zona situada entre el Tigris y el Éufrates), hoy en poder del «eje del mal» y que sea abatida la «gran prostituta» de Babilonia, esto es, los regimenes iraquí e iraní.
Pero no estamos ante un grupo aislado de «iluminados»; el 59 % de los norteamericanos creen verladeramente que los hechos descritos en el Apocalipsis van a producirse de un momento a otro.
Esta creencia se ha reavivado desde el 11-S.
Y derivado de sus creencias seudorreligiosas ha surgido el «estilo Bush», plagado de maniqueismos: «Los que no están con nosotros están con los terroristas», etc.
De nuevo, segun el espcialista Ernesto Mila: «En el teritorio de Iraq se sitúa el Paraíso bíblico y la Babilonia histórica.
Y es esto lo que explica la obstinación de Bush en promover la guerra contra este país.
Si se tratara solo de petróleo, hubiera bastado simplemente negociar con Sadam la cuota que corresponderia a las petroleras americanas tras el levantamiento del bloqueo.
Pero la obstinación de Bush excede la lógica económica».
Claves Ocultas del Poder Mundial – José Lesta y Miguel Pedrero – Editorial EDAF – Buenos Aires – 2006
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